jueves, 24 de febrero de 2011

Cuentos.

En tardes como la de hoy, neblinosas y frías, en la aldea de mi infancia los niños tenían entrada franca en casi todas las casas. Recuerdo con especial cariño las dos donde siempre me contaban algún maravilloso cuento, aunque no los llamaban cuentos, sino “estorias”, y todas empezaban con las siguientes palabras: “Noutros tempos…”, así entendíamos que eran historias reales.

Más adelante, cuando volví a la aldea para quedarme definitivamente, recorría en mis paseos los sitios tantas veces nombrados en los relatos que me habían contado en mi infancia y tuve la intuición que algo especial tendrían esos lugares para que significaran tanto durante generaciones, así que inicié una búsqueda que fue larga. Un atardecer, bajando del monte, vi el primer petroglifo - para ser exacta fue mi ahijada Charito, casi una niña, la primera en verlo - era una espiral en una piedra plana. Ese fue el comienzo de una aventura que aún continúa.

No tengo buenas fotos de los petroglifos de nuestra zona, pero son similares a este.

Ese primer grabado rupestre me despertó una gran curiosidad por conocer cómo habría sido la vida de nuestros antepasados en estos montes. Nuestro querido amigo Rafael Monteiro, portugués de vieja estirpe, sabio y santo, gran sabedor de todo lo que se relacionaba con la arqueología, me ayudaba - usando su frase - “a poner los ojos”, y me aconsejaba que siguiera las pistas de esos cuentos de mi infancia.

La leyenda más bonita se refería a una bellísima señora, de largo cabello negro, que aparece sentada en unas piedras que están situadas entre O Lombo da Moa y la Chan das Pipas. Decían que es un ser que tiene el poder de llevarte por los aires a donde quiera.

De hecho tengo el recuerdo entrañable de la señora Perfeuta do Coto da Feira, una buenísima persona, que me contaba que a ella la había “levantado”. Oigo su voz diciendo: “Levantáronme miña filliña, levantáronme e dende entón non volvín a ter saúde…” y me avisaba repetidamente de que cuando pasara por ese lugar nunca atendiera a visiones o llamadas. Supongo que todos los niños de ese tiempo tendríamos esos maravillosos miedos.

La búsqueda resultó muy gratificante: daba largos paseos en mi tiempo libre y empecé observando las piedras marcadas por la leyenda: A Mestra das Abellas, Outeiro Cabano, Outeiro Furado, Laxa Negra, Outeiro do Gato, Coto Mourán… y en todas encontré inscripciones.

En los lugares más presentes en aquellos relatos, donde según la leyenda estarían las tres pipas (barriles), una llena de oro, otra llena de plata y la última llena de peste, pasaba, y aún hoy lo hago, con un sentimiento de reverencia, como si pisara terreno sagrado.

Un año en el que habíamos sufrido tremendos incendios aparecieron, claramente visibles, restos de algunas construcciones circulares y yo aprovechaba los paseos con la gente joven para explicarle lo que nosotros en ese momento creíamos era un Castro. Cierto día mi hijo, que era un niño muy observador, empezó a rebuscar entre algunas pequeñas piedras y casi a flor de tierra encontró un pequeño trozo de metal dorado trabajado.

Los arqueólogos, avisados por nosotros, se acercaron a investigar y confirmaron que se trataba una zona de gran interés. En el Museo de Pontevedra se puede encontrar cerámica, piedras de distinto uso e incluso el pequeño trozo metálico que fue encontrado por mi hijo, que resultó ser un fragmento de un torques que entregó con gran tristeza - por entonces tenía 12 años - después de una larga conversación sobre la fuerza del deber.

Me decía el fallecido Alfredo García Alén que esta zona es riquísima en restos arqueológicos pero que está todo por hacer, y me temo que desde su tiempo no se ha adelantado mucho en este campo. Lo digo porque estos días están limpiando el monte - nos alegramos porque aleja el fuego - pero ¿no habrá otro sistema, quizá un poco más lento, pero menos brutal que el uso de esas tremendas maquinas de bolas metálicas giratorias que arrasan indiscriminadamente todo lo que encuentran?

Por otro lado la gran carretera avanza inexorablemente. Se rumorea que hemos conseguido que respeten el antiguo acceso a esta aldea; si es así doy las gracias a una especie de helecho en vías de extinción Dryopteris Guanchica y a la salamandra rabilarga que habita en esta zona, que nos ayudaron en la lucha por la defensa de nuestro entorno.


Febrerillo loco está dando la razón a quién así lo llamó. Amaneció el jardín cubierto por una capa de granizo, aquí lo llamamos sarabela, hermosa palabra para un hermoso espectáculo.

Hasta pronto.

jueves, 3 de febrero de 2011

Daphne y natillas.


El jardín está frío y encogido, la poda atrasada y los topos muy activos. Son los días de la sensación de no ser capaz, de no tener fuerzas para realizar el trabajo necesario. Veremos si una vez más consigo hacerlo.

Lo cierto es que los rosales son las plantas más agradecidas que conozco, aunque las descuides un poco no se resienten.

Os dejo aquí mi receta para hacer natillas, y se la dedico a Sandra, una amable lectora que se ha interesado por ellas. Ya sé que no tiene nada que ver con la jardinería… o a lo mejor sí. En cualquier caso para compensar la acompaño con algunas fotos de nuestros Daphne, la perfumada flor de enero.

Maruxa.



Receta de natillas.

Las natillas son muy fáciles de hacer, pero sólo salen perfectas si puedes cumplir algunos requisitos.

Resulta muy importante la calidad de la leche, tiene que ser fresca. Ahora ya es posible encontrar esa leche en los buenos supermercados. Sin embargo - ironía de estos tiempos - en mi aldea es casi imposible conseguirla.

Igualmente importante es la frescura de los huevos.

Cantidades:

• Medio litro largo de leche.
• Seis yemas si los huevos son de buen tamaño, si son pequeños una más.
• Seis cucharadas soperas de azúcar.
• Un palo de canela.
• Cáscara de limón, cuidando de que no lleve la parte blanca.
• Canela en polvo.

Los utensilios que se utilicen conviene que no se hayan usado antes para cocinar con grasas - las cucharas de madera que se usan para mezclar las yemas y el azúcar deben de reservarse sólo para esta finalidad - pues esta mezcla atrapa el más mínimo sabor extraño.

Modo de confeccionarlas:

Se pone la leche a hervir con las cascaras de limón y el palo de canela. Cuando sube el hervor, cuidando de que no llegue a derramarse, se baja el fuego y se deja hervir un par de minutos, no más, para que se evapore algo del agua que tiene y quede el sabor un poco más concentrado.

En un cuenco se mezclan las yemas con el azúcar, no hay que batirlas mucho tiempo, con dos minutos de un batido rápido es suficiente.

A continuación se va agregando, con cuidado al principio, la leche muy caliente a la mezcla de yemas y azúcar. Para que las yemas no se corten es necesario mezclar con agilidad.

La mezcla resultante se pasa, utilizando un colador para que no quede ningún trocito del palo de canela ni de la cascara del limón, a un recipiente donde se cocerá al baño maría. Yo hago uso de un viejo hervidor de leche metálico.

Ahora es momento en que hay que estar muy atentos y tener cuidado para que el agua del baño maría no llegue a hervir con fuerza, pues si la crema hierve se cortará. Hay que remover con energía, sin pausa y sin dejar de mirar. Era una recomendación de mi madre y es cierto: si alguien te llama y levantas los ojos… ¡se corta!

Entre 5 y 7 minutos estarán listas. Se nota porque la cuchara de madera se queda cubierta con una película de crema y también porque la mezcla hace una ligerísima resistencia al removerla.

En Portugal esta crema se servía en pequeños platitos (pires), pero también es agradable llevarla a la mesa en una bonita taza de cristal.

El último paso, una vez que se ha enfriado, es el arte del espolvoreo con la canela: ni mucha ni poca - incluso se puede poner el dibujo de una rosa.